Perla Miranda

«Cuidar a quienes nos cuidan» debe ser una prioridad para los gobiernos e instituciones sanitarias, que deben implementar con urgencia políticas públicas encaminadas a atender la salud mental de los profesionales de la salud, ya que según un estudio colaborativo, trabajadores de la salud de once países de Latinoamérica presentaron tasas elevadas de síntomas depresivos, ideación suicida y malestar psicológico.[1]

El COVID-19 Health caRe wOrkErs Study (HEROES) es liderado por las Universidades de Chile y Columbia en convenio con la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que recabó información de 14.502 trabajadores de la salud de México, Uruguay, Chile, Brasil, Guatemala, Venezuela, Perú, Argentina, Colombia, Puerto Rico y Bolivia, mostrando que entre 14,7% y 22% del personal de salud tuvo síntomas de un episodio depresivo.

El estudio también indica que la proporción de participantes en riesgo de sufrir un episodio depresivo grave varió entre 3% en Venezuela y 15% en Chile, además de que entre 5% y 15% de los profesionales de la salud afirmaron tener ideación suicida. En cuanto a la atención psicológica, se reportó que menos de un tercio de quienes dijeron necesitarla tuvo acceso a esta.

El Dr. Rubén Alvarado, investigador principal del estudio HEROES a nivel global (con datos de 26 países), señaló que los resultados de la investigación, más allá de visibilizar la situación de la región de las Américas, debe servir como hoja de ruta para que los gobiernos ejecuten acciones a fin de atender la salud mental de los profesionales de la salud y no solo en el marco de una pandemia como COVID-19 o de una situación de crisis, sino como parte de una atención integral que priorice a quienes están destinados a cuidar de la salud de la población en general.

«Algo que nos llamó la atención es que prácticamente no existieron políticas específicas de protección de la salud mental de los trabajadores y esto se inserta en algo que viene desde antes; en general no teníamos políticas de protección de la salud de manera integral, de la salud mental, la salud física, entonces, no tenemos políticas para nuestros trabajadores y en particular para los sanitarios que enfrentan crisis como la pandemia de COVID-19», indicó a Medscape en español.

«Con base en esos resultados, considero que la gran lección que la pandemia nos tiene que dejar, desde el punto de vista de la salud de los trabajadores sanitarios, es que necesitamos que los gobiernos establezcan políticas de protección de la salud mental en los lugares de trabajo y formando parte de una política de protección integral de la salud», añadió.

¿Cómo surgió la idea de hacer un estudio global enfocado en el impacto de la salud mental de los profesionales de la salud?

El Dr. Mascayano detalló que con el inicio de la pandemia y al mantener reuniones virtuales con personal médico en Nueva York y Chile se analizó la posibilidad de realizar un estudio sobre qué impacto tenía la COVID-19 en la salud mental de la población, sin embargo, luego de entablar charlas con personal médico en Chile se decidió que se haría un estudio de cohorte para evaluar de forma longitudinal los impactos en trabajadores de Estados Unidos, Chile y algunos países de Sudamérica, pero en menos de un mes había 26 países interesados en participar.

«HEROES es un estudio multicéntrico de cohorte, destinado a evaluar el impacto de la pandemia de COVID-19 en la salud mental de los trabajadores de los servicios de salud en 26 países de cuatro continentes, que considera evaluaciones de seguimiento realizadas aproximadamente a los 6, 12 y 24 meses desde el inicio del estudio o línea de base. Al 27 de septiembre de 2021 la red de colaboración que aloja el estudio cuenta con 26 países, de los que 21 han realizado al menos una recolección de datos. En la región de las Américas se recogieron datos de once países», comentó.

Ambos investigadores precisaron que los 14.502 participantes de la región respondieron una encuesta en línea que se desarrolló a partir de instrumentos estandarizados para evaluar problemas de salud mental, misma que se tradujo en diferentes idiomas y que está alojada en una plataforma administrada por la Unidad de Tecnologías de la Información para la Educación (UTIE), de la Escuela de Salud Pública en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile.

«Con la respuesta de las encuestas detectamos que entre los factores que afectaron la salud mental del personal de salud es que necesitaban apoyo emocional, mejores sueldos, les preocupaba contagiar a familiares, no tener acceso a equipos de protección personal, que familiares de pacientes los agredieran, o el ser personal médico los estigmatizara como fuente de contagio, otro factor es que no confiaban en sus gobiernos ni en las autoridades de los hospitales donde trabajan», señalaron.

Respecto a qué sigue para la investigación colaborativa, el Dr. Alvarado adelantó que se continuará con la realización de encuestas a los mismos trabajadores de la salud con el objetivo de identificar nuevas problemáticas y así anticiparse con la implementación de políticas públicas en favor de este grupo. Añadió que la recomendación principal del estudio es el llamado con urgencia para que haya servicios de salud mental accesibles para los trabajadores de la salud.

«Este estudio lo que hace es visibilizar el problema, estamos agotados, estresados, cansados y esto no solo por la COVID-19, sino porque en general no hay una atención priorizada para los profesionales de la salud. Hay que generar una política permanente, en momentos de estrés los equipos necesitan espacio de desahogo, hay que darles paz, requerimos que si un trabajador presenta afectaciones a su salud mental, el lugar donde trabaja le brinde la primera ayuda y la posibilidad de recibir tratamiento», puntualizó.

Dra. Alma Elisa EscobarEste no fue el primer conflicto entre familiares de pacientes con COVID-19 y profesionales de la salud, pero sí el primero del que la Dra. Alma Elisa Escobar, fue testigo. A sus 35 años y luego de haber trabajado en hospitales públicos durante la emergencia sanitaria, por influenza AH1N1 en 2009, la médica urgencióloga y residente en terapia intensiva afirmó que nunca tuvo tantos sentimientos de frustración, miedo, enojo, angustia e incertidumbre al mismo tiempo, como ocurrió en la primera ola de COVID-19 en el país.

La Dra. Sol Durand Arias, investigadora principal de HEROES en México, que labora en el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz, en la Ciudad de México, comentó a Medscape en español que la primera encuesta se realizó entre mayo y julio de 2021 y participaron 2.585 profesionales de la salud, 70% integrado por mujeres.

En cuanto a los temores que reportó el personal de salud acerca de la pandemia, a 79% le preocupaba mucho contagiarse de COVID-19, pero esta cifra aumentó a 94,8% al pensar en contagiar a los seres queridos. Con relación al equipo de protección personal, 75,1% refirió que fue insuficiente para desempeñar su trabajo de manera segura. Además 54,2% de la muestra refirió haber sufrido discriminación por ser parte del personal de salud y 24,4% mencionó haber padecido algún tipo de violencia por esta misma causa.

La especialista lamentó que en México no existiera información sobre la salud mental en general y menos con respecto a los trabajadores de la salud antes de la pandemia, porque eso impide saber qué tanto aumento de síntomas de episodios depresivos se originaron a partir de coronavirus y cuáles ya existían.

«Nosotros no tenemos con qué comparar la situación de salud mental, recordemos que la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica se publicó en 2003 hace casi 20 años, nos queda pendiente, es urgente y no hay mucha información de los trabajadores de la salud antes de la pandemia. Hay algunos artículos, pero poco que sea representativo y eso es importante señalar porque en los resultados que referimos no les podemos dar una causalidad, no podemos decir que la pandemia lo causó, lo único que estamos haciendo es una descripción de los síntomas. No podemos hablar de incidencia, de nuevos casos, solo hablamos de la prevalencia», destacó.

La Dra. Durand precisó que de acuerdo con la escala GHQ-12, los síntomas de episodio depresivo más frecuentes fueron una menor capacidad para disfrutar de las actividades normales en 60,7%, seguida de agotamiento constante en 59,9%, pérdida del sueño en 51,6%, disminución en la concentración en 39,9% y sentirse poco feliz o deprimido en 39,3%. Para la evaluación de síntomas depresivos a través de la escala PHQ-9, 46,6% reportó sintomatología depresiva. Entre el personal de salud encuestado, 24,2% refirió haber necesitado algún tipo de apoyo psicológico, pero solo 8,5% lo recibió.

En la experiencia de Diego Sinuhe, camillero en el Hospital General de Zona 1-A Dr. Rodolfo Antonio de Mucha Macias, del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), en la Ciudad de México, y mejor conocido como hospital «Venados», los profesionales de la salud no cuentan con apoyos específicos para atender su salud mental, mencionó que en su caso cuenta con los Servicios de Prevención y Promoción a la Salud de los Trabajadores (SEPETIMSS) que está dedicado a los trabajadores del instituto, pero acceder es complejo por temas de burocracia, además de que mostrar que se vive con un problema relacionado con salud mental lo único que provoca es que se estigmatice al trabajador como una persona débil.

«Hay mucha burocracia para acceder a los servicios para uno como trabajador, también hay una línea telefónica para poder hablar con un psicólogo, pero no supe de alguien que la usara ya que no hubo el tiempo para procesar todo lo que pasamos. Como camillero me tocó trasladar a los pacientes que morían, entre ellos compañeros que se contagiaron y no lograron sobrevivir, esas son cosas que se quedan, pero también está muy presente que pedir ayuda implica mostrar debilidad, que te quede el estigma de que no eres fuerte, de que no controlas tus emociones, porque desafortunadamente es lo que se piensa sobre la salud mental; si algo no está bien, estás loco, te conviertes en un riesgo y es mejor callar».

En ese sentido, la Dra. Durand enfatizó que existe incongruencia a la hora de tratar la salud mental, pues si bien en los últimos años se ha abordado el tema, aún es casi imposible tramitar una incapacidad por depresión, ansiedad, trastorno bipolar, por poner un ejemplo, y eso no solo ocurre entre la población en general, sino también entre profesionales de la salud.

«Si te sientes mal, con ansiedad, llamas a tu jefe y le dices que te pica la garganta o que tienes diarrea, pero no dices que te sientes triste, porque hay mucho estigma y muchas barreras para hablar del tema de salud mental. Y en personal médico, otra gran barrera es que no quieren atender su salud mental en los lugares en los que trabajan, prefieren esconder lo que les ocurre o buscar vías alternas, en el sector privado y no a nivel institucional, es algo que definitivamente debemos cambiar y un tema que poner sobre la mesa, porque queda mucho por hacer».

Argentina: red de prácticas para proteger a los trabajadores

La Dra Marcela Freytes, investigadora principal del estudio HEROES en Argentina, afirmó que para el personal de salud del país, los momentos más complicados relacionados con la pandemia de COVID-19 y que tuvieron un impacto inmediato en su salud mental ocurrieron durante la primera ola, por la incertidumbre de no saber cómo tratar las complicaciones que producía el virus, por no contar con equipo de protección personal, por el temor de contagiar a un ser querido o de contraer la enfermedad y desarrollar un cuadro grave.

El Dr. Jorge Coronel, presidente de la Confederación Médica de la República Argentina y médico en el sector público y privado de Argentina, coincidió con la Dra. Freytes respecto a que la primera fase de la pandemia fue la experiencia más difícil porque no había vacunas, los tratamientos eran empíricos, el aislamiento golpeó con fuerza a la sociedad y atender a pacientes críticos que no mostraron mejora a pesar de todos los esfuerzos, entre ellos a compañeros de profesión, provocó cansancio, estrés, tristeza y frustración en el personal sanitario.

«Fue muy duro. En Argentina hay una Ley de Salud Mental, pero nunca se tomó en cuenta lo que propuso el personal de salud; es como solo tener el escrito, pero falta ponerlo en práctica. Como profesionales médicos solemos ser muy reacios a tener un diagnóstico relacionado con la salud mental y cuando empezó la pandemia nos tomó en la sorpresa, porque todo era nuevo», destacó.

«Enfrentamos al virus en total incertidumbre. Fue muy duro porque vimos a la gente enfermar, decaer de un día para otro y luego llegó lo peor, ver a los colegas morir y nunca obtuvimos un apoyo, dejamos de ser vistos como humanos, solo éramos parte de un gremio que debía hacer todo por preservar la vida de otro ser, nunca hubo interés por saber qué nos ocurría a los médicos y una realidad es que también requerimos de cuidados», indicó.

Tras los resultados de la primera encuesta de HEROES, la Dra. Freytes señaló que hubo preocupación sobre el cuidado de la salud mental en médicos, enfermeras y demás trabajadores sanitarios, por lo que se creó una red de prácticas y experiencias que ayudara a visibilizar y sistematizar lo que ocurría en el país y así encontrar soluciones.

«Existe una red de prácticas que se puso en marcha tras los primeros resultados, es decir, se encontró cómo estaba afectando la pandemia de COVID-19 en la salud mental de los profesionales de la salud, pero también se buscó una solución, se fortalecieron esos factores que hacían sentir mejor a los trabajadores, que los hacían sentirse protegidos como una red de apoyo entre pares, una mayor capacitación para atender al paciente crítico por COVID-19, guías para alcanzar ambientes saludables para el profesional de la salud y aunque falta mucho por hacer, contar con esos mecanismos de apoyo ha hecho la diferencia para poder cuidar a los que nos cuidan, para enfatizar en esa necesidad de cuidado que requiere el sector sanitario», destacó.

Guatemala: entre la política y la enfermedad

El Dr. Víctor Puac Polanco, investigador principal de HEROES en Guatemala, coincidió con sus pares en México y Argentina en el sentido de que no existían datos previos a la pandemia sobre el estado de la salud mental del gremio médico, por lo que era imposible realizar comparaciones y lo que hace necesario hacer un seguimiento en los trabajadores de la salud encuestados a fin de identificar problemáticas y sus posibles soluciones.

«Los niveles de depresión, malestar psicológico e inclusive de ideación suicida que encontramos, que fueron los tres parámetros que se han evaluado hasta el momento, fueron elevados, pero como no tenemos una [base de datos] prepandemia se hará un seguimiento para darnos una idea de cómo se han ido comportando estos tres parámetros. En general tenemos entre 14,7% y 22% de síntomas depresivos», indicó.

«Para los trabajadores de la salud identificamos factores de riesgo que los hacen más probables a problemas de salud mental, como falta de apoyo emocional y económico, preocupación de infección propia y de los familiares y también cambios en las funciones laborales que sufrieron estos mismos trabajadores que fueron reasignados, los que estaban en oncología, que no tenían nada que ver con el tratamiento de enfermedades infecciosas, todos tuvieron que cambiar y enfocarse en COVID-19», comentó a Medscape en español.

Agregó que la falta de espacios para que los profesionales de la salud hicieran catarsis y se sintieran seguros para descargar sus emociones, contribuyó a que los síntomas de episodios depresivos persistieran, además de la falta de equipo de protección personal, así como los salarios bajos y la imposibilidad de contar con alguien que pudiera cuidar a los niños debido a que las escuelas cerraron.

«En Guatemala la inversión que se hace para la salud mental preventiva es mínima; 90% se va para el único hospital psiquiátrico que hay en Guatemala. No hay recursos para la prevención. No existe esa visión de prevención de problemas. Llegó a generarse una iniciativa de salud mental previo a la pandemia, pero nunca se convirtió en ley y en la actualidad no tengo conocimiento de ninguna ley o política en específico para salud mental».

Con este panorama, el especialista en políticas públicas en materia de salud consideró urgente modificar los ambientes de trabajo para el personal médico guatemalteco, adecuar las condiciones de salario, de compensación por el riesgo, equipo de protección adecuado, trabajo estable, para tratar de minimizar las fuentes de estresores y proveer de espacios seguros en los cuales los trabajadores de la salud pueden hablar de sus preocupaciones.

El Dr. Mario Cárdenas, especialista en neumología, hace dos años, cuando el SARS-CoV-2 llegó a Guatemala, hacía la residencia en el Hospital General San Juan de Dios y tuvo que hacer frente a la pandemia con precariedad en equipo de protección personal, con falta de especialistas en terapia intensiva, sin rutas fijas para atender a pacientes COVID-19 y con miedo de contraer la enfermedad y contagiar a familiares o personas cercanas.

«Nos tocó asumir la responsabilidad, éramos 6 residentes de neumología y 4 de terapia intensiva. En esos momentos no había tiempo para pensar en lo que uno sentía, pero fueron momentos muy duros. Al principio iba con toda la fuerza de voluntad al hospital, con la intención de hacer la diferencia, pero luego todo esfuerzo era en vano, los pacientes morían, había filas inmensas para acceder a terapia intensiva, teníamos que decidir qué paciente recibía una cama y no importaba a quien se elegía, igual no escapaba de la muerte», relató.

Un año después de trabajar en el área COVID-19 de uno de los hospitales públicos más grandes de Guatemala, el Dr. Cárdenas perdió el interés por su trabajo, le costaba llegar al hospital, tenía pesadillas frecuentes relacionadas con pacientes COVID-19, subió de peso, empezó con trastornos del sueño y se sentía incapaz de contar lo que le sucedía por miedo a ser considerado débil.

«Empecé a despertar en las madrugadas con angustia, soñaba que una bomba dejaba de funcionar, que el ventilador de un paciente se averiaba, dejé de dormir, empecé a comer de más y alcancé los 100 kg. Cada día era un martirio llegar a mi hospital porque la frustración era constante y no podía desahogarme con nadie, porque acá es muy común pensar que el que tiene un problema con la salud mental es débil, no es fuerte y eso no está bien», señaló.

«Estuve tan ligado con la muerte, que mi perspectiva de ver las cosas cambió, entendí que cuando un paciente no va a salir adelante lo que podemos ofrecer es una muerte digna, estar con esa persona y ponerle atención, hacer que se sienta querida al final de la vida», enfatizó.

A mediados de 2021 el neumólogo dejó el Hospital General San Juan de Dios y se mudó a una provincia ubicada a casi dos horas de la ciudad de Guatemala. Para tratar los síntomas de depresión buscó ayuda particular y resaltó que es la única opción que tiene un ciudadano común y corriente, porque los servicios de salud mental en el país son nulos, por lo que pidió a las autoridades no solo de Guatemala, sino de los países de la región, a poner atención en la salud mental de los trabajadores sanitarios e implementar políticas públicas que realmente hagan la diferencia.

«En nuestros países no tenemos certeza de cómo se usan los recursos, no estamos empapados en el tema, pero algunas veces se escapa y sabemos que algo no se hizo bien, es difícil pedirle a los gobiernos que implementen medidas para atender la salud mental, porque no hay recursos ni para atender la COVID-19, pues menos habrá para la salud mental, pero es importante y debemos exigirlo, porque la salud no debería ser algo político ni una dádiva que se usa para obtener votos, sino un derecho que todos tengamos garantizado», concluyó.

Más que recopilación de datos

«Se espera que lleguemos a una conclusión compacta, decir que aumentó la depresión, la ansiedad, que la gente reporta ideación suicida, que habrá quien desarrolle estrés postraumático y que esto se relaciona a la exposición a la pandemia sería una conclusión no del todo errónea, los datos respaldan esa conclusión, pero es mucho más complejo», destacó el clínico.

«Creo que la pandemia ha revelado que en muchos contextos los equipos de salud no reciben apoyo de salud mental y es probable que no la recibían antes de la pandemia, pero la falta de datos específicos previos a coronavirus no permite hacer esa comparación; vemos que los recursos para atender la salud mental siempre han sido pocos y es importante saberlo. HEROES será un antecedente para las iniciativas que van a ir tomando forma en cada país de Latinoamérica», destacó el especialista.

El estudio en sus conclusiones incluye la importancia de los diferentes factores (individuales, familiares, laborales y sociales) en el contexto del impacto de la pandemia en los profesionales de la salud y destaca su orientación a la práctica para generar intervenciones globales «que permitan enfrentar las consecuencias negativas que la pandemia de COVID-19 ha tenido en la salud mental».

Algunas de las recomendaciones que el documento incluye son:

  • Dar seguimiento a los problemas de salud mental en los profesionales de salud de acuerdo con la guía del Comité Permanente entre Organismos (IASC).
  • Considerar el enfoque de equidad de género como un principio orientador para abordar los problemas de salud mental, adaptando las politicas e intervenciones.
  • Garantizar condiciones laborales adecuadas y otorgar remuneraciones dignas.
  • Incorporar medidas de poyo a la comunicación entre equipos de salud, pacientes y familia.
  • Asegurar la atención y el cuidado a la salud mental de los profesionales.
  • Fomentar programas de investigación sobre la salud mental del personal de salud por parte de los gobiernos.
  • Desarrollar estrategias coordinadas desde el gobierno para aplicar intervenciones efectivas de protección a la salud mental.

«La protección de la salud mental de los equipos de salud debe ser un componente relevante de las estrategias de los países para enfrentar el periodo posterior a la pandemia, en que los prestadores de salud seguirán desempeñando un papel clave para hacer frente a las atenciones postergadas y a las necesidades de rehabilitación física y psicosocial»