Por Clarinha Glock

Actualmente COVID-19 es la principal amenaza de genocidio de las poblaciones indígenas desde la época de la colonización. Ante el número creciente de fallecimientos y personas infectadas, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) recientemente hizo un llamado para que la prevención del contagio y los tratamientos dispensados a los indígenas durante la pandemia respeten la idiosincrasia de estos pueblos, incluyendo la medicina tradicional, y que además de las medidas internacionales adoptadas para interrumpir la transmisión del SARS-CoV-2, se considere la interculturalidad una medida para contener esta pandemia cuando se trata de poblaciones indígenas.[1]

Los datos más recientes de la OPS sobre COVID-19 en los pueblos indígenas americanos indican que entre el 1 de enero y el 15 de octubre de 2020 se confirmaron 154.335 casos y 3.405 fallecimientos.[2]

Según la OPS, Brasil es el país con más casos confirmados en Latinoamérica, seguido por Colombia y Perú, pero superado por México y Colombia en número de indígenas fallecidos. Las estadísticas pueden variar según la fuente. Por ejemplo, en Brasil el número de infectados y decesos difiere porque los organismos federales no incluyen a los indígenas en el contexto urbano.

Hasta el 22 de octubre, la Rede da Articulação dos Povos Indígenas do Brasil, que realiza un recuento diario, contabilizó 37.540 indígenas con COVID-19 confirmada, con 859 fallecidos y 158 pueblos afectados.[3]

Desde el inicio de la pandemia, la OPS exhortó a poner atención especial a estas poblaciones, destacando que cualquier medida preventiva debe hacerse en colaboración con los líderes de cada grupo o comunidad para superar los obstáculos de adaptación lingüística y cultural, estigmatización y dificultades económicas.

En el boletín epidemiológico del 15 de julio de 2020, durante el aumento de casos, la organización volvió a subrayar que para lograr el objetivo, las medidas de aislamiento y cuarentena deben tener en cuenta el modo de vida de estas poblaciones y su distribución: áreas urbanas, residentes en aldeas, migrantes o en aislamiento voluntario, enfatizando que la vulnerabilidad y la exposición al coronavirus nuevo no son iguales en todas las comunidades.

El Dr. Paulo Cesar Basta, epidemiólogo brasileño e investigador de la Fundação Oswaldo Cruz, explicó que el hecho de que los indígenas vivan en comunidades en las que comparten casas con una o más familias (denominadas también familias ampliadas) supone un obstáculo en la lucha contra COVID-19. Las aldeas están en lugares en los que generalmente no hay energía eléctrica ni agua potable, por lo que es imposible mantener el distanciamiento social necesario para evitar que la epidemia se propague o se detenga el almacenamiento de alimentos obtenidos por medio de caza, pesca y cultivo. Si un indígena enferma y deja de realizar estas actividades no puede alimentar a su familia.

SARS-CoV-2 llegó a las zonas indígenas durante un periodo de deforestación descontrolada, avance de la minería artesanal, obras con gran impacto, como las centrales hidroeléctricas y el uso de agrotóxicos asociados a deficiencias en la asistencia sanitaria, intolerancia y riesgo de perder las tierras y los derechos conquistados en muchos países de Latinoamérica.

En este contexto, además de COVID-19, los profesionales de la salud deben estar preparados para tratar la obesidad, la hipertensión, la anemia, la diabetes, la hepatitis y el virus de inmunodeficiencia humana, entre otras enfermedades (respiratorias, crónicas, infecciosas y parasitarias) relacionadas con el cambio de la alimentación natural por los productos industrializados, la falta de saneamiento, la contaminación del agua de los ríos y de los peces, y la violencia contra quienes se resisten a la invasión de sus territorios. Todos estos factores, actuando en conjunto, comprometen el estado inmunitario. La región amazónica, en la que se concentran numerosas poblaciones indígenas, también constituye un área endémica para la malaria.

El Dr. Basta explicó que «la tasa alta de mortalidad infantil, diarrea y desnutrición entre los indígenas es previa, y que estas son enfermedades evitables. La minería artesanal es una máquina de atrocidades que deja rastros de destrucción». Y esta realidad se repite en Brasil, Venezuela y otros países vecinos que forman la cuenca amazónica.

Según el epidemiólogo, 90% del mercurio utilizado para amalgamar el oro llega a los ríos y contamina las aguas y los peces, que son la fuente principal de alimentación de estas poblaciones. El mercurio ingerido por una persona pasa a la circulación y causa trastornos en el sistema nervioso central, los riñones y el corazón.

La infranotificación de enfermedades, incluida COVID-19, y la experiencia de 50 años trabajando con pueblos indígenas de Xingu (Mato Grosso) ,Zo’é (Pará) y Xinane (Acre) llevan al especialista en salud pública brasileño, Douglas Rodrigues, investigador de la Unidade de Saúde e Meio Ambiente-Projeto Xingu del Departamento de Medicina Preventiva de la Escola Paulista de Medicina, a solicitar que las demandas de los indígenas en relación con la salud se atiendan adecuadamente.

Debemos saber que estamos entrando en una sociedad que tiene un conocimiento propio de cuidados y de curación con explicaciones etiológicas del origen de las enfermedades y, dejar a un lado nuestra visión etnocéntrica para crear vínculos y entender que los indígenas tienen sistemas tradicionales de curación y de cuidados que han demostrado su eficacia frente a SARS-CoV-2 en varias comunidades», puntualizó.

«El aislamiento es una estrategia de sobrevivencia para estos grupos. Además, los profesionales y los representantes sanitarios deben tomar precauciones para no convertirse en vectores de transmisión del SARS-CoV-2», concluyó el Dr. Rodrigues.