16 de junio de 2020

BUENOS AIRES, ARG. En los inicios de abril la Dra. Elizabeth Alfaro, oncóloga pediátrica del Hospital Garrahan de Buenos Aires, salía para su trabajo cuando se encontró con un cartel:

«A los médicos del edificio:

Le solicitamos no usar los ascensores ni circular por el mismo. Acá viven muchos adultos mayores, población de riesgo. Tomen las medidas para no tener que caer en la justicia. ¡Nos tienen que cuidar y ser responsables, piensen en el otro!».

La Dra. Alfaro quedó consternada por la advertencia y falta de solidaridad de sus propios vecinos. Tomó un bolígrafo y les respondió sobre el papel:

«Ojalá nunca nos necesiten o recurran a un curandero. Gracias por ser tan buenos seres humanos»

Y lo publicó indignada en su página de Facebook.

El episodio, que ni siquiera es el más grave, es solo uno de los ataques, amenazas, estigmas y persecuciones que numerosos médicos y otros profesionales de la salud en Argentina y en toda la región han experimentado desde que comenzó la pandemia, y que suma tensiones y angustia a la sensación de peligro por la falta de suficientes equipos de protección, así como a la precarización laboral que muchos de ellos ya padecían desde antes de COVID-19.

Dra. María Teresa Goicochea

La Dra. María Teresa Goicochea, neuróloga en una prestigiosa institución privada de Buenos Aires y miembro de la Sociedad Neurológica Argentina, dijo que participa de grupos de chat con casi un centenar de médicos y que el malestar es muy extendido.

«Yo no lo sufro a nivel personal: la institución donde trabajo nos ha cuidado. Pero hay colegas que no pueden entender cómo son tratados, cómo nos trata la sociedad. Una llegó a decir que cuando escucha los aplausos a la noche, prefiere cerrar las ventanas para no escuchar e indignarse más», comentó la Dra. Goicochea a Medscape en español.

Es una de las secuelas más desagradables que ha dejado y dejará la pandemia: el maltrato, la desprotección y la culpabilización de quienes, en muchos casos, arriesgan sus propias vidas para salvar la del prójimo. Una contradicción intolerable.

Los médicos y otros profesionales de la salud «no pueden ser culpados; son héroes, están haciendo todo el esfuerzo para brindar atención», respondió a una consulta de Medscape en español el Dr. Jarbas Barbosa, subdirector de la Organización Panamericana de la Salud.

«En cada país los trabajadores de la salud tienen que ser apoyados, motivados, y deben contar con las condiciones (equipos de protección, guías) para que puedan seguir con su trabajo», agregó.

La directora de la Organización Panamericana de la Salud, Dra. Carissa Etienne, enfatizó esa postura. «No se debe tolerar la estigmatización de los trabajadores de la salud. Ellos arriesgan su vida para salvar la nuestra, y ahora necesitan nuestro apoyo más que nunca», sostuvo en las palabras de apertura de la sesión informativa del 2 de junio.

Vectores de propagación

Pero una cosa son las palabras y otra los hechos. La falta de suficientes equipos de protección personal, de guías o protocolos y de capacitación para su utilización adecuada han sido reclamos extendidos, que la misma Organización Panamericana de la Salud (OPS) ha reconocido como una falencia en Latinoamérica. En realidad, casi en todo el mundo.

Una consecuencia de esto ha sido el contagio de muchos trabajadores de la salud. En México, el reporte de ética de Medscape en español muestra que 23% de los médicos que respondieron la encuesta declaró haber estado en contacto con pacientes con COVID-19 confirmada sin equipo de protección personal adecuado.

En España, uno de los países que ha sufrido el impacto de COVID-19 con mayor virulencia, la proporción de quienes reportaron desprotección subió a 36% de quienes respondieron la misma encuesta de Medscape en español. De hecho, más de 50.000 trabajadores sanitarios españoles se infectaron durante la pandemia, poco más de la quinta parte de todos los casos positivos confirmados.

«Es algo que no podemos consentir que vuelva a suceder», exigieron asociaciones de médicos y enfermeros, y reclamaron al Estado reponer desinversiones, dotarlos de los equipos de protección adecuados y mejorar la cantidad y la calidad del empleo. También pidieron que se considere COVID-19 como una enfermedad profesional.

En Latinoamérica, donde todavía no se ha llegado al pico de la pandemia, la proporción de casos positivos de SARS-CoV-2 en trabajadores de la salud es variable (y también influye la intensidad de los testeos en centros sanitarios). En Argentina las cifras oficiales hasta el 14 de junio identificaban 8,7% del total de 30.295 casos confirmados, después de haber alcanzado un techo de 15% en fases más tempranas; en Colombia la cifra ronda 3%, y en México, 21%. Cuando se desglosa por profesión u ocupación, los que lideran la lista son auxiliares de enfermería y enfermeros, seguidos por los médicos.

El problema es que además del temor a enfermarse y contagiar a miembros de su familia, algunos profesionales en Latinoamérica son incriminados y hostigados como supuestos vectores de propagación.

Ignacio Ricci Cabello, Ph. D.

Eso no ha ocurrido en España, aseguró a Medscape en español Ignacio Ricci Cabello, Ph. D., investigador de la Fundació Institut d’Investigació Sanitària Illes Balears en Palma de Mallorca, España, quien está estudiando el impacto psicológico de la pandemia en el personal de salud. «Los sanitarios aquí han sido tratados como héroes de la nación por la sociedad. Aunque la ciudadanía sí que se ha dado cuenta de que son un importante agente propagador del virus, en la mayoría de los casos simplemente han tomado precauciones extra, pero manteniendo el reconocimiento por estos profesionales», manifestó.

En México, en cambio, a fines de abril la responsable del programa de enfermería del Instituto Mexicano del Seguro Social externó a la prensa, entre lágrimas, que las agresiones han golpeado fuerte a los trabajadores de salud, y que habían dejado de vestir el uniforme en la vía pública «para limitar el daño a nuestras personas».

A algunas enfermeras en México, niños y vecinos les han arrojado desde refrescos y jugos de naranja hasta cloro y agua para desinfectarlas o que se alejen de ellos.

«Las medidas de distanciamiento social y cuarentena tienen como objetivo disminuir la cantidad de pacientes que requieren asistencia hospitalaria. El problema surge cuando se transmite la idea de que esas medidas son para evitar la propagación y es así cuando se estigmatiza a los profesionales de la salud como vectores de la enfermedad, porque son los que deben salir y, por tanto, los que llevan la enfermedad a otros lugares, por ejemplo, geriátricos (residencias de adultos de edad avanzada)», manifestó a Medscape en español el Dr. Leandro Cerchietti, médico argentino investigador en hematología y oncología en el Weill Cornell Center de la Cornell University en Nueva York, Estados Unidos.

«Lo que es real es que los médicos y otros trabajadores sanitarios están expuestos a un inóculo mayor, porque ven enfermos graves, y varias veces, lo que hace que se vuelvan a exponer al virus. El equipo de protección personal no es infalible y por eso tienen más probabilidades de contagio», añadió el Dr. Cerchietti.

Sin embargo, para las autoridades a veces parece más fácil transferir culpas e inflamar el encono social hacia los médicos y enfermeros.  

En Argentina algunos episodios de violencia y judicialización causaron honda preocupación entre los profesionales de la salud.

En La Rioja, provincia en el noroeste del país, a una médica de terapia intensiva que se contagió del virus SARS-CoV-2 le quemaron el automóvil y según declaró a la prensa, el hecho fue avivado por la acusación del gobernador de que los médicos se contaminaban por no tomar precauciones. «Me sentí herida», expresó.[1]

En otra provincia limítrofe, San Juan, una infectóloga que se contagió de su hermano fue detenida a medianoche (y liberada horas después) por «violación de las medidas sanitarias para impedir la propagación de una pandemia». También acusaron a un colega coordinador de vuelos sanitarios.

«Estamos muy dolidos, nunca vimos una cosa así. Son tiempos muy difíciles», indicó a Medscape en español la Dra. Beatriz Salanitro, presidenta de la Asociación Sanjuanina de Infectología y exdirectora del Hospital Rawson, en San Juan, Argentina.

«La sociedad sigue creyendo que la doctora que se infectó fue negligente, que no le importó nada, y que fue por la vida contagiando el coronavirus. Realmente no fue así. Nadie quiere contagiarse, pero la posibilidad está. Y durante varios días uno está asintomático», añadió.

Hasta 15 años de prisión

En Córdoba, una de las provincias más pobladas de Argentina, cuna de la universidad más antigua del país, ocurrió quizás el hecho más preocupante: dos médicos fueron imputados en la justicia por la «propagación de enfermedad peligrosa y contagiosa para las personas», que habría derivado en el contagio de 65 personas en una residencia de adultos de edad avanzada.[2]

A uno de los dos, que trabajaba en varios lugares, incluso le atribuyen dolo (intencionalidad), figura penal que contempla una pena máxima de 15 años de cárcel. «Se siente pésimo, destruido. No puede creer todo esto de lo que lo acusan», comentó a Medscape en español una persona de su entorno.

Aunque al profesional no le quitaron la matrícula para ejercer, todavía no quiere volver a ver pacientes debido a su estado anímico. El Dr. Ezequiel Forte, director de un centro privado de diagnóstico cardiovascular en Concordia, Entre Ríos, 430 km al norte de Buenos Aires, señaló a Medscape en español: «La pandemia profundizó una judicialización de la medicina que hace pagar al médico como único responsable de los muchos déficits de un sistema paupérrimo».

Los bajos salarios y honorarios, que obligan al pluriempleo, son un factor que incrementan el riesgo de que los médicos y otros trabajadores sanitarios sean diseminadores involuntarios de la infección.

Dr. Mario Fitz Maurice

El Dr. Mario Fitz Maurice, especialista en electrofisiología cardiaca del Hospital Rivadavia en Buenos Aires, señaló a Medscape en español que días atrás facturó a una empresa de medicina privada 233 pesos argentinos (aproximadamente 3 dólares al cambio oficial) por la atención de un paciente cardiaco.

«Es indignante cobrar eso después de 50 años de estudio», dijo el Dr. Fitz Maurice, quien acaba de publicar la nueva versión electrónica de un libro de ensayos clínicos sobre terapéutica cardiovascular. «La única manera de sobrevivir es tener muchos trabajos: en hospital a la mañana, a la tarde en una clínica y después en el consultorio. ¿Cómo no va a ser lógico que transmitamos el virus de un lugar a otro?».

«Soy el primero que no se quiere contagiar, porque no quiero contagiar a mi familia, y como familia incluyo a mis pacientes», añadió el Dr. Fitz Maurice, para quien la pandemia puso en evidencia que destinar solo 0,8% del producto interno bruto a la salud es insuficiente para garantizar prestaciones seguras y de calidad.

El pasado 30 de mayo, en vehículos (máximo dos personas), con mascarilla y guardapolvo (bata), miles de médicos participaron de una movilización nacional en Buenos Aires y muchas ciudades del resto del país para reclamar contra la persecución judicial, la falta de equipos de protección y la precarización laboral.

Participó la Dra. Goicochea. «Nunca había ido a marchas o reuniones multitudinarias, fue mi primera vez. Sentí la necesidad, porque no se está visibilizando todo lo que significa la medicina y el valor que tiene. No puede ser que haya miedo de decir lo que uno hace, cuando siempre nos habíamos sentido orgullosos de ser médicos».

En: https://espanol.medscape.com/verarticulo/5905561?src=mkm_latmkt_200618_mscmrk_escoronavirus_nl&uac=262540HT&impID=2422913&faf=1#vp_1