El doctor Jonathan Angel, del Hospital Universitario de Ottawa (Canadá), informó, en el transcurso de la XVIII Conferencia Europa del Sida (EACS 2021), sobre su experiencia práctica en la prescripción de los nuevos antirretrovirales inyectables cabotegravir y rilpivirina. Además de sus cinco años de experiencia administrándolos en el ámbito de los ensayos clínicos, es uno de los primeros médicos en ofrecerlos dentro de la atención rutinaria.

Canadá fue el primer país en aprobar este tratamiento antirretroviral de acción prolongada, que en Norteamérica se vende bajo el nombre comercial de Cabenuva. En Europa, las formulaciones inyectables de cada uno estos dos fármacos tienen nombres comerciales distintos: Vocabria y Rekambys.

El doctor Angel declaró que la administración de las inyecciones de forma mensual o bimestral a un número significativo de personas podría suponer un esfuerzo adicional para los ya atareados servicios ambulatorios. El suministro en Canadá se ha visto facilitado por la existencia de un programa patrocinado por una empresa farmacéutica, llamado Cabenuva Supports, que administra realmente las inyecciones. El personal de enfermería es el encargado de realizar las inoculaciones fuera del centro médico: en centros de atención primaria, farmacias o en el propio domicilio de los pacientes.

El doctor Angel señaló que le había resultado imposible predecir qué pacientes mostrarían un interés sincero en cambiar a la terapia inyectable: aparte de simplemente preferir las inyecciones, sus motivaciones fueron muy personales y a menudo diversas. «Cuando se les da a conocer la terapia inyectable, los pacientes se seleccionan a sí mismos», declaró.

La mayor parte de los pacientes han optado por un periodo de «introducción» por vía oral, tomando comprimidos de cabotegravir y rilpivirina durante cuatro semanas, pero algunos datos sugieren que es posible que no sea necesario y algunas personas han preferido saltarse este periodo de introducción por vía oral. Un puñado de pacientes decidió interrumpir las inyecciones y volver a la terapia oral, debido principalmente a la «fatiga de las inyecciones», es decir, a la incomodidad de tener que concertar citas para recibir las inoculaciones, además de sus efectos secundarios asociados.

Un interesante posible uso de los fármacos inyectables sería como terapia antirretroviral temporal durante los periodos en que las personas no pudieran tomar el tratamiento oral o pudiera suscitarse el temor de un posible revelado no deseado del estado serológico, por ejemplo, durante los viajes. «Apenas nos encontrarnos en el inicio del uso de estas tecnologías», comentó el doctor Angel, «y nos iremos encontrando con otras cuestiones clínicas y prácticas a medida que más personas las vayan utilizando. No van a resolver necesariamente los problemas de las personas con una mala adherencia de forma continuada, porque también es posible saltarse las inyecciones. Con todo, no cabe duda de que una gran proporción de personas preferirá esta formulación».