Dra. Amaia Rodríguez/Fuente: Clínica Universidad de Navarra

MADRID, ESP. El vínculo entre sobrepeso/obesidad y un mayor riesgo de infectarse del SARS-CoV-2 y de presentar un peor pronóstico si se contrae la enfermedad es una de las líneas de estudio más activas desde el inicio de la pandemia, a la que recientemente se ha incorporado un nuevo factor: la práctica de ejercicio físico. El papel de este elemento en dicha «ecuación» ha sido el objeto de una investigación llevada a cabo por la Dra. Amaia Rodríguez, especialista del Laboratorio de Investigación Metabólica de la Clínica Universidad de Navarra y del CIBEROBN, trabajo premiado en el último congreso de la Sociedad Española del Estudio de la Obesidad (SEEDO).

El estudio se basa tanto en la experiencia obtenida en el manejo de los pacientes con sobrepeso u obesidad infectados con el SARS-CoV-2 como en las evidencias de las que dos años después del inicio de la pandemia ya se dispone respecto al vínculo entre los kilos de más, el exceso de grasa y la vulnerabilidad frente a la COVID-19.

La Dra. Rodríguez comentó a Medscape en español: «La obesidad y el sedentarismo son factores de riesgo para hospitalización, ingreso en las unidades de cuidados intensivos y mortalidad en personas con diagnóstico de COVID-19. Los pacientes con obesidad presentan un mayor número de receptores para el SARS-CoV-2 en la grasa corporal y además las células grasas de estos pacientes son capaces de producir más moléculas inflamatorias que los individuos con peso normal».

«De esta forma, una persona con un exceso de grasa corporal presenta una mayor inflamación y es más probable que se desencadene una tormenta de citocinas, esto es, una respuesta del sistema inmune exagerada, que supone uno de los mayores riesgos de los pacientes diagnosticados con COVID-19 grave», destacó.

El Dr. Javier Butragueño, vocal de la junta directiva de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO), quien no participó en el estudio, aludió a los datos más recientes sobre este vínculo, destacando que se ha podido comprobar que las personas que tienen un exceso de peso graso presentan un mayor número de receptores de la enzima convertidora de angiotensina-2 en el tejido grado para el SARS-CoV-2.

La grasa corporal como reservorio del virus

«Además parece que las células grasas de estos pacientes son capaces de producir más moléculas inflamatorias que las personas con un peso menor. Los autores de esta investigación muestran que cuanto mayor es el estado de la obesidad mayor riesgo de inflamación crónica de bajo grado y esto a su vez puede provocar un riesgo mayor de que se produzca la conocida tormenta de citocinas».

«Asimismo, favorece alteraciones a nivel de la mecánica ventilatoria que podrían provocar problemas respiratorios, una mayor resistencia a la insulina y consecuentemente, un aumento de la inflamación. Es decir, crearía un caldo de cultivo para que el SARS-CoV-2 pueda ser más peligroso para estos pacientes», señaló el especialista a Medscape en español.

En cuanto a la metodología empleada, la Dra. Rodríguez explicó que se trata de un estudio de casos y controles para el que se reclutó a 127 voluntarios (32 sujetos con peso normal y 95 pacientes con obesidad grave) de los que se analizaron muestras de plasma y biopsias de grasa obtenidas durante una cirugía bariátrica en el caso de los pacientes con obesidad y de operaciones de hernia hiatal en los sujetos sin obesidad.

«Se midieron los niveles de miocinas FNDC4 y FNDC5 en las muestras de plasma. En las biopsias de grasa visceral se determinó la expresión génica y proteica de diferentes receptores para el SARS-CoV-2 (entre ellos, receptores de la enzima convertidora de angiotensina-2, el más conocido). También realizamos estudios in vitro en adipocitos humanos expuestos a la proteína S1 del SARS-CoV-2 en presencia de las miocinas FNDC4 y FNDC5 para estudiar la muerte inflamatoria celular, uno de los mecanismos moleculares que llevan al fallo multiorgánico en pacientes con diagnóstico de COVID-19 grave», comentó la investigadora.

La Dra. Rodríguez ahondó en el estrecho nexo grasa corporal-receptores del coronavirus-miocinas demostrado en este estudio: «La grasa corporal se ha considerado como un reservorio para el SARS-CoV-2, ya que cuenta con receptores para este coronavirus, como el receptor de la enzima convertidora de angiotensina-2. En este sentido, el hecho de que los pacientes con obesidad presenten una mayor cantidad de receptores para el SARS-CoV-2 en la grasa visceral aumenta su susceptibilidad a la infección por este coronavirus. Las miocinas FNDC4 y FNDC5 actúan sobre los adipocitos de la grasa visceral, reduciendo el número de receptores para SARS-CoV-2, disminuyendo así su capacidad de infección».

Miocinas, exerquinas y «efecto blindaje»

La Dra. Rodríguez agregó: «Durante la infección por el SARS-CoV-2 diversas proteínas virales son capaces de inducir la muerte celular inflamatoria, un importante mecanismo que desencadena la tormenta de citocinas y el fallo multiorgánico en la COVID-19 grave».

Las miocinas FNDC4 y FNDC5, además de disminuir la expresión de receptores para SARS-CoV-2, inhiben la muerte celular inflamatoria activada por la proteína viral S1 en los adipocitos humanos. Los menores niveles circulantes de FNDC4 y FNDC5 en pacientes con obesidad incrementarían las complicaciones durante la COVID-19 por una mayor expresión de receptores del coronavirus y por una amplificación de la muerte celular inflamatoria inducida por la proteína viral S1, indicó.

Respecto al papel de estas miocinas en el contexto de la actividad física, la especialista señaló que en las últimas dos décadas se ha constatado que durante la práctica de ejercicio físico el músculo en contracción es capaz de producir múltiples hormonas y otros factores bioactivos, como las miocinas, que son liberados a la circulación sanguínea y median el efecto beneficioso de la actividad física sobre la salud.

«Las miocinas son los mensajeros que establecen un diálogo metabólico entre el músculo y otros órganos. Cada vez hay una mayor evidencia científica de que las personas con obesidad o sedentarias presentan alteraciones en los niveles circulantes de diversas miocinas, provocando un efecto nocivo sobre su metabolismo», destacó.

Asimismo, el Dr. Butragueño apuntó que la conclusión más importante que se desprende de esta investigación es la constatación de que el estímulo que se produce en el músculo durante el ejercicio físico disminuye la posibilidad de infección por el SARS-CoV-2 debido a la reducción de la inflamación y la muerte celular provocada en caso de infección y al estímulo hormonal que se produce durante la contracción muscular y que ayuda al sistema inmune a proteger el organismo.

Asimismo, el Dr. Butragueño señaló que el entrenamiento físico permite crear una barrera de protección en el organismo: «El músculo esquelético se estimula con la contracción muscular y como órgano endocrino que es, segrega factores como las miocinas. Concretamente, aquellas que son liberadas por la acción del ejercicio se han denominado exerquinas. Mediante procesos autocrinos, paracrinos y endocrinos, estos factores desempeñan diferentes funciones en el músculo esquelético y en otros órganos y tejidos del cerebro, el hígado, el tejido adiposo, el intestino, el páncreas y las células inmunitarias, con el objetivo de generar un equilibrio».

El especialista añadió: «Los autores del trabajo muestran que las miocinas FNDC4 y FNDC5 aumentan durante el ejercicio y reducen la posibilidad de infección por el SARS-CoV-2 y las complicaciones derivadas de la COVID-19. Por otro lado, es muy interesante la exposición que hacen respecto a que si una persona con obesidad que desarrolle COVID-19 estará más expuesta a una inflamación grave y a este tipo de muerte celular, causante del daño multiorgánico, que es una de las principales causas de fallecimiento de los pacientes con COVID-19 grave.

Una persona que tenga una buena condición física y exponga a su cuerpo a un estrés controlado mediante el ejercicio podría estar disminuyendo estos receptores de la grasa, mejorando así su condición cardiorrespiratoria y, por tanto, reforzando su salud inmunitaria», continuó.

¿Todo tipo de actividad física?

Respecto a si hay evidencias de que algún tipo de ejercicio sea más beneficioso en el sentido de que con su práctica la producción de miocinas sea mayor, la Dra. Rodríguez comentó que el efecto de la actividad física sobre la producción de FNDC5 ha sido ampliamente estudiado desde el descubrimiento de esta miocina en 2012. «Sin embargo, aún existe controversia científica sobre si los protocolos de entrenamiento de alta intensidad son más efectivos para aumentar los niveles circulantes de FNDC5, en comparación con un ejercicio de baja-moderada intensidad (ejercicios aeróbicos). Puesto que la actividad física regular previene el desarrollo de diversas patologías, el principal mensaje que se debería transmitir a la sociedad es la necesidad de realizar un ejercicio físico regular saludable, adaptado a las necesidades y condiciones físicas de cada individuo».

El Dr. Butragueño destacó que realmente hay poca investigación que demuestre cuál es el mejor tipo de ejercicio en este sentido. «Se sabe que tanto el entrenamiento de fuerza como el ejercicio cardiorrespiratorio producen diferentes exerquinas que se expresan para mejorar diferentes tejidos. Por este motivo, es importante tener una correcta progresión e incluir los dos tipos de actividades en las rutinas mediante el entrenamiento concurrente».

En relación con esto, el Dr. Butragueño hizo hincapié en que la prioridad en este sentido es evitar el sedentarismo, ya que se ha visto que estar sin moverse durante largos periodos aumenta el riesgo de inflamación crónica de bajo grado. «Además, al tener una baja condición física se disminuye la capacidad cardiorrespiratoria, los niveles de fuerza y la capacidad de movimiento».

Finalmente, y preguntada sobre los siguientes pasos a dar en esta línea de investigación, la Dra. Rodríguez afirmó que está prevista su continuidad: «Se trata de un proyecto de investigación financiado por el Departamento de Salud de la Navarra y vamos a seguir estudiando la relación entre obesidad y COVID-19 en el Laboratorio de Investigación Metabólica de la Clínica Universidad de Navarra y el CIBEROBN del Instituto de Salud Carlos III, ya que aún quedan muchas preguntas por responder».