Por Andreu Segura, epidemiólogo y especialista en Medicina Preventiva, y Amando Martín Zurro, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria

El confinamiento es casi un eufemismo para referirnos a las cuarentenas, medidas tradicionales para prevenir la difusión de las epidemias que fueron instauradas mucho antes de conocer siquiera la existencia de los microbios. En efecto, durante la epidemia de peste negra del siglo XIV, las autoridades locales de Ragusa -hoy Dubrovnik- impidieron el desembarco de un buque procedente del Mar Negro con el propósito explícito de prevenir la difusión de la plaga. Una intervención cuya eficacia quedó muy limitada debido a la propagación de la infección por otras vías. En aquella ocasión, fueron 30 las jornadas de apartamiento, pero pronto Venecia las alargaría hasta 40, y crearía el primer lazareto documentado de la historia, al menos de Occidente.

Cuarentena -de quaranta giorni–  se inspiraba en las tradiciones místicas, como la duración de la catarsis en el desierto con la que Cristo se preparó para la etapa pública de su vida en Judea, una leyenda asociada a la purificación en general, que también se aplicó al puerperio durante muchos años, de modo que quienes habían sido madres no podían volver a llevar una vida normal sino tras cuarenta días de reclusión

Tras la iniciativa veneciana, el recurso al aislamiento de las personas sospechosas de ser fuentes de infección se fue generalizando, seguramente gracias a la influencia de la idea de purificación.

Aunque la justificación científica de tal proceder vendría al averiguar los mecanismos de transmisión del contagio y, particularmente, del periodo de incubación de las infecciones, ya que, superado éste, quedaba confirmada o rechazada la suposición de que la persona (o el animal) sospechosa podía transmitir la infección. De donde el periodo de cuarentena se precisaba de acuerdo con la duración del intervalo de latencia de cada patología.

Habitualmente, la cuarentena ha sido una medida prescrita para pocas personas o, como mucho, para el pasaje y la tripulación de buques procedentes de lugares afectados por epidemias. El cierre de fronteras por motivos sanitarios es mucho más moderno, y todavía lo es más el confinamiento doméstico y la inmovilización de poblaciones enteras. La respuesta sanitaria frente al Síndrome Agudo Respiratorio Grave (SARS) en 2003 fue una de las primeras ocasiones en las que se trató de aplicar. La rápida evolución favorable del problema (más o menos espontánea) limitó la evaluación rigurosa de tal medida que, al menos en algunas localizaciones, no fue posible mantener.

Oferta ‘versus’ demanda

La lógica del confinamiento masivo intenso adoptada en España (y en algunos otros países) se basaba en la necesidad de limitar la demanda de atención especializada a las posibilidades de la oferta, suponiendo que, a pesar de la inexistencia de un tratamiento específico, no era factible -política y, tal vez, moralmente- restringir las indicaciones de hospitalización. Por lo que si las tasas de incidencia de casos graves se mantenían por debajo de cierto umbral, el sistema sanitario las podría ir absorbiendo paulatinamente. En el supuesto, también, de que en algún momento relativamente próximo la epidemia se iría agotando al extinguirse los huéspedes susceptibles.Y aunque sea prácticamente imposible garantizar el respeto absoluto, con una adhesión mayoritaria era lógico que disminuyeran los contactos difusores, lo que, por lo que sabemos, se ha producido. Claro que a un coste que, si bien es todavía desconocido, no hay duda de que será importante. De hecho, ya lo ha sido para los grupos de población que viven precariamente al día, con un incremento de las desigualdades injustas, sociales y sanitarias.
Aunque tampoco está muy claro si el efecto positivo que se ha conseguido persistirá. Lo que depende de que el virus mantenga o reduzca su virulencia, de si la proporción de susceptibles será suficientemente alta como para favorecer las recidivas o, por el contrario, infecciones muy frecuentes por otros coronavirus, como los del resfriado común, confieren algún grado de inmunidad cruzada, etc. Incógnitas que no sabemos despejar todavía. Como sigue siendo especulativa la fecha en la que se podrá disponer de una vacuna específica, cuya efectividad y duración habrá que contrastar empíricamente.

Incógnitas que no sabemos despejar todavía, que ponen en cuestión la idoneidad de la respuesta y alimentan la inquietud de la ciudadanía. Debilidades que, quizás, se intenten aprovechar desde la oposición política, aunque conviene recordar que las medidas actuales se instauraron en buena parte como consecuencia de las airadas reclamaciones de aquella parte de la población cuyas opiniones se tienen en cuenta, fuerzas políticas opositoras incluidas.

Además, no parece viable repetir la medida ni siquiera localmente al no estar garantizada la adhesión popular que ya ha sufrido, percibido -o comenzado a percibir- las consecuencias negativas de la medida. Claro que no resulta fácil encontrar alternativas menos intrusivas que no sólo sean potencialmente útiles, sino que merezcan un grado suficiente de adhesión ciudadana.

La incertidumbre existe

Aunque parece factible insistir en la higiene de manos, en la distancia física (un metro ya supone una reducción considerable de la probabilidad de un contagio eventual) o, incluso, en el uso de mascarillas en presencia de aerosoles, que se adopten estas medidas efectivamente requiere, por una lado, de explicaciones claras y simples, que permitan formarse unos criterios razonables de aplicación, más allá de instrucciones excesivamente farragosas que a menudo confieren una confianza ilusoria, y que, además, requieren habilidades específicas.

Pero, por otro lado, es necesario asumir una mínima, pero firme, responsabilidad personal, puesto que la utilización generalizada de coacciones para favorecer el cumplimento de éstas u otras medidas puede generar problemas adicionales importantes y potenciar la desobediencia, al menos a medio plazo.

Tal vez haya llegado el momento de aprovechar las iniciativas de promoción y protección colectivas de la salud comunitaria que fomentan el empoderamiento y la responsabilidad de la ciudadanía, políticos, expertos y periodistas incluidos.

Lo que probablemente mejore la aceptabilidad y el cumplimiento de las medidas que decidamos adoptar. Sin olvidar la necesidad de potenciar una cultura de mayor tolerancia a la incertidumbre y a los riesgos involuntarios que inevitablemente comporta la vida. Sin resignación, pero con la prudencia que aporta la madurez y la experiencia, más allá de ilusiones de inmortalidad y de berrinches y pataletas propias de privilegiados que se ven sorprendidos en su ignorada vulnerabilidad.

En: https://diariomedico.com/opinion/pandemia-covid-19-confinamiento-y-otras-medidas-preventivas.html