Por: Elías El Hage
Desde los inicios de los Juegos Olímpicos en la antigua Grecia, la competencia deportiva ha sido una celebración del cuerpo humano en su máxima expresión. Allá por el año 776 a.C., los atletas competían desnudos, no solo por la libertad de movimiento, sino también como un tributo a los dioses y una manifestación de la belleza y la fuerza física. En una sociedad donde la homosexualidad era aceptada y a menudo celebrada, las relaciones entre hombres, incluyendo las entre atletas y sus entrenadores, se consideraban una parte natural y enriquecedora de la vida.
Hoy, podríamos imaginar a un cronista griego riéndose con sorna de nuestro moderno escándalo por un beso entre dos atletas del mismo sexo, o por el hecho de que un deportista pintase sus uñas. Después de todo, en aquellos tiempos, la competencia era tanto una demostración de habilidad como un escenario donde la admiración y el afecto fluían libremente, sin el peso de los estigmas contemporáneos. Así que, mientras nos escandalizamos por estas muestras de afecto en nuestros «progresistas» Juegos Olímpicos, quizás debamos recordar que, en algunos aspectos, somos mucho más puritanos que nuestros antepasados helénicos.
Anthony Ammirati, un prometedor saltador con pértiga francés de 21 años, se convirtió en una figura viral no por su desempeño atlético, sino por un incidente durante su eliminatoria semifinal. El 3 de agosto de 2024, Ammirati fue descalificado cuando su “bulto” derribó la barra transversal. Aunque describió el incidente como «una gran decepción», su perfil público se disparó y sus seguidores en Instagram aumentaron a más de 170,000. Los memes sobre su «dotación» se esparcieron rápidamente en las redes sociales, desvirtuando su verdadero talento y esfuerzo como atleta. A raíz de este incidente, a Ammirati se le han ofrecido sumas significativas de dinero para que muestre fotos desnudas. Este tipo de ofertas no solo son inapropiadas, sino que también subrayan la explotación y comercialización de la imagen personal de los atletas.
La boxeadora argelina Imane Khelif ha enfrentado acusaciones sin fundamento sobre su identidad de género. La Asociación Internacional de Boxeo (IBA) la suspendió en 2023, alegando que es biológicamente un hombre, afirmación que fue desmentida por el Comité Olímpico Internacional (COI). Sin embargo, los rumores persistieron y se intensificaron tras su pelea contra la italiana Angela Carini, quien se retiró antes de finalizar el primer asalto. Las acusaciones contra Khelif reflejan estereotipos de género profundamente arraigados y la estigmatización asociada a la masculinidad y feminidad percibida de las personas. Estos prejuicios, basados en lo que la gente ve y cree ver, no solo son dañinos para los atletas, sino que también perpetúan una cultura de desinformación y discriminación. En lugar de centrarse en sus habilidades y logros, Khelif ha tenido que luchar contra una narrativa que cuestiona su identidad y su derecho a competir.
Por otro lado, la judoca italiana Alice Bellandi ganó el oro olímpico en la categoría -78kg tras derrotar a la israelí Inbar Lanir. En su celebración, Bellandi corrió a las gradas para abrazar y besar a su novia, la también judoca Jasmine Martin. Este gesto de amor fue criticado por algunos sectores, que se enfocaron más en su orientación sexual que en su impresionante victoria. Es sorprendente y preocupante que, en 2024, aún sea noticia un beso entre dos personas del mismo sexo. Bellandi, una atleta destacada, se encontró en el centro de una controversia que no debería haber eclipsado su éxito deportivo. Este enfoque mediático muestra cómo la sociedad todavía lucha por aceptar plenamente la diversidad en las expresiones de amor y afecto.
Caso similar el de Tom Daley, el clavadista británico y activista por los derechos LGBTIQ+, ganó una medalla de plata en la plataforma de 10 metros sincronizados. Al celebrar su triunfo con un beso a su pareja, Daley fue objeto de críticas. A pesar de ser reconocido por su activismo y su valentía al hacer pública su homosexualidad, Daley sigue siendo más conocido por su vida personal que por sus logros deportivos. La atención mediática a Daley y su pareja subraya la necesidad de avanzar hacia una aceptación más plena y genuina de las personas LGBTQ+ en todos los ámbitos, incluido el deporte.
En un contexto similar, Noah Lyles, ganó el oro olímpico en los 100 metros con las uñas pintadas. Este simple acto de expresión personal generó revuelo y distrajo la atención de su increíble hazaña atlética. Lyles, un corredor excepcional, ha utilizado su plataforma para desafiar estereotipos y promover la individualidad, pero ha sido objeto de escrutinio por decisiones que no deberían afectar su reconocimiento como atleta. La reacción a Lyles y su decisión de pintar sus uñas subraya cómo los atletas siguen enfrentando estereotipos de género y expectativas restrictivas. Su caso muestra la importancia de permitir que los deportistas expresen su individualidad sin enfrentar críticas o distracciones innecesarias.
La ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024 también ha sido criticada. Una escena en particular, titulada ‘Fiesta’, presentó a un grupo de drag queens y activistas LGTBIQ+ alrededor de una mesa que recuerda a la Última Cena. Esta representación provocó una lluvia de críticas, tanto de sectores conservadores de Francia como de otros países, reflejando una resistencia persistente a la plena aceptación de la diversidad en eventos globales.
Es imperativo que los medios de comunicación, las organizaciones deportivas y el público en general trabajen juntos para cambiar la narrativa. Los atletas deben ser reconocidos y valorados por sus habilidades, esfuerzos y logros deportivos. Las cuestiones de género, sexualidad y expresión personal no deben eclipsar el verdadero propósito de los Juegos Olímpicos: celebrar la excelencia deportiva y promover la unidad y la paz entre las naciones.
En última instancia, la sexualización y la atención desmedida a aspectos no deportivos no solo desvirtúan los logros de los atletas, sino que también van en contra de los valores fundamentales del movimiento olímpico. En la antigua Olimpia, la competición era un tributo a la excelencia física y espiritual, libre de los prejuicios y comercialización que vemos hoy. Si deseamos honrar el verdadero espíritu olímpico, debemos trabajar para asegurar que el foco vuelva a donde pertenece: en el impresionante talento y la dedicación de los atletas. Solo así podremos revivir la pureza y el respeto que caracterizaban a los Juegos Olímpicos originales, y hacer de este evento una auténtica celebración de la humanidad en su forma más noble y admirable.